La ruta que proponemos se llama Los Caminos del Azogue, porque de esta forma se denominaba en la Edad Moderna el mercurio que se producía en el complejo minero de Almadén.
El mineral que se extrae directamente de la mina es el cinabrio, que es sulfuro de mercurio y de color rojo bermellón, nombre que se utiliza a veces como sinónimo de cinabrio. El bermellón es el resultado de la pulverización del cinabrio y ha sido utilizado desde la antigüedad como pigmento en pintura artística y maquillaje.
El azogue es una palabra procedente del árabe hispano que significa mercurio y por lo tanto cuando hablamos de las rutas del azogue nos referimos a las rutas del mercurio. El mercurio es un metal de alta densidad y de color plateado, que a temperatura ambiente se presenta líquido y que se obtiene calentando el cinabrio a una temperatura superior a los 350 °C, temperatura a la que se empieza a vaporizar el mercurio contenido en el mineral. Luego se captan y enfrían estos vapores que se licuan formando el mercurio metálico líquido.
El mercurio/azogue se conoce y se ha usado desde la antigüedad. Entre los usos más modernos está la confección de espejos y fabricación de instrumentos de medida y control, como termómetros y barómetros. También se ha utilizado en la fabricación de interruptores eléctricos, lámparas fluorescentes y de luz ultravioleta, como catalizador en las fábricas clorocaústicas, para usos militares (fulminato de mercurio) y en odontología, como compuesto principal en los empastes dentales.
La mina de Almadén cesó la extracción de mineral en 2001 y los hornos metalúrgicos detuvieron su actividad en 2003. La causa del cierre fueron las presiones ambientales de la Unión Europea con el beneplácito del gobierno español. Las instalaciones mineras y metalúrgicas, además de otros edificios históricos, fueron restaurados y reconvertidos en el Parque Minero de Almadén. La ciudad de Almadén y el Parque Minero fueron declarados Patrimonio de la Humanidad en 2012 por la UNESCO.
Las minas de cinabrio de Almadén han sido las más importantes del mundo y se han venido explotando durante dos milenios casi sin interrupción. En una franja de terreno de unos 20 kilómetros de largo por 10 de ancho aparecen seis minas, entre las que destaca sobre todo la de Almadén, situada bajo la población del mismo nombre, pues de ella se ha extraído el 90% del mercurio de esta cuenca minera. En conjunto, las minas de Almadén y Almadenejos han producido la tercera parte del mercurio que ha consumido la humanidad a lo largo de su existencia, lo que es un claro índice de su importancia.
La primera mención detallada de Almadén se debe a Plinio el Viejo (23-79 d.C.), quien alude a las explotaciones de bermellón en la provincia sisaponense de Andalucía. Así pues, aunque los romanos conocían el mercurio, estaban más interesados en el bermellón, que obtenían del cinabrio y que usaban como pintura nobiliaria. Con él pintaban las estatuas del emperador, decoraban las mansiones de Pompeya y coloreaban sus mejillas las aristócratas.
El mercurio como metal comenzó a usarse más cuando llegó a Arabia la alquimia en el siglo VII, procedente del Lejano Oriente. El objetivo final de la alquimia era la obtención de oro, y el mercurio era uno de los tres componentes de la “tria prima” junto con el azufre y la sal. Entre los siglos VIII y XIII, los árabes dominaron la comarca de Almadén y numerosas palabras de origen árabe se conservan todavía en la localidad minera y otras poblaciones cercanas. Almadén significa la mina, azogue es sinónimo de mercurio, alarife de albañil, etc.
Después de la Reconquista, las minas de Almadén continuaron en explotación y los productos que se comercializaban en los siglos XIV y XV eran bermellón, mercurio y solimán. Este es un cloruro de mercurio, también llamado sublimado corrosivo, que se usaba sobre todo para curtir el cuero. Debemos concluir que en todo el periodo anterior al siglo XVI, las minas de Almadén fueron una explotación de poca importancia, que se correspondía con labores mineras de pequeño desarrollo y hornos metalúrgicos de baja producción.
Las minas alcanzaron realmente importancia cuando el mercurio se convirtió en un elemento imprescindible para la obtención de oro y, sobre todo, de plata, de las minas descubiertas en la América colonial. Este procedimiento, conocido como “beneficio de patio”, fue patentado en 1555 por el español Bartolomé de Medina en la explotación minera de Pachuca (virreinato de Nueva España). El método consiste básicamente en triturar el mineral de plata y mezclarlo íntimamente con azogue para su amalgamación, en lugar de fundir directamente el mineral. Su ventaja es enorme, pues supone la utilización de mucha menor cantidad de leña para la fundición, cuando dicho combustible era muy escaso en bastantes zonas mineras.
Como consecuencia del brusco aumento de la demanda de mercurio, Almadén pasó así de ser un pequeño establecimiento minero a convertirse en un gran centro minero y metalúrgico, cuya producción permitía el funcionamiento del complejo circuito económico que abastecía de plata a la monarquía y posibilitaba la colonización del continente americano. A los mineros libres se unieron forzados y esclavos para abastecer de azogue a las crecientes producciones de las minas de plata americanas. Así, mientras que en el periodo entre 1500 y 1563 se produjeron 36.770 quintales de azogue, en el periodo entre 1605 y 1645 fueron 148.594.
En 1633, el médico español Lope Saavedra Barba inventó los hornos de aludeles en la mina de mercurio de Huancavelica (virreinato del Perú). Estos nuevos hornos de tostación fueron introducidos en Almadén a partir de 1646 por Juan Alonso de Bustamante, por lo que también son conocidos como hornos Bustamante. Hasta entonces, el mineral de Almadén era metido en ollas de barro que, una vez cerradas, eran expuestas al fuego para que se produjera en su interior la tostación del cinabrio. Este método era válido para dar pequeñas producciones de azogue, pero totalmente insuficiente para las necesidades de las minas de plata americanas. Las grandes ventajas de los hornos de aludeles (gran capacidad, buenos rendimientos y laboralmente más higiénicos) hicieron que fueran utilizados en Almadén hasta 1928.
Aunque la mina de Almadén es un único yacimiento, los mineros antiguos denominaban con diversos nombres a las diferentes zonas mineralizadas: mina del Pozo, Contramina y mina del Castillo. A finales del siglo XVII, tras décadas de intensa explotación, la mina del Pozo y la Contramina daban ya síntomas de agotamiento, lo que unido a los hundimientos y las dificultades para desaguar la mina, pues se habían alcanzado más de 150 metros de profundidad, produjo un desabastecimiento de azogue a las minas de plata americanas.
En plena crisis de producción, en octubre de 1696, fue nombrado superintendente Miguel de Unda y Garibay, quien se mostró activo y afortunado, pues en 1699 ya había descubierto dos minas de gran importancia. Una de ellas, la mina del Castillo, en Almadén, y la segunda, en Almadenejos (a unos 10 kilómetros al este de Almadén). Las nuevas minas poseían una mayor riqueza y al principio eran fáciles de drenar porque no alcanzaban mucha profundidad. Con el hallazgo de estos yacimientos fue posible abandonar la Contramina en 1701 y la mina del Pozo unas décadas después.
En 1754, las labores de la mina del Castillo alcanzaban ya una profundidad de 118 metros. Su explotación se vio frenada bruscamente por un feroz incendio que se declaró el 7 de enero de 1755 y que no se lograría sofocar hasta dos años y medio más tarde. A partir de entonces se prohibió la entibación definitiva de los pozos y galerías con madera, siendo obligatoria la fortificación con hastiales de mampostería y bóvedas de ladrillo. A lo largo del siglo XVIII se intensificó también la explotación de las minas del departamento de Almadenejos. La mina de la Vieja Concepción, descubierta en 1697, se halla situada justamente bajo el pueblo de Almadenejos, que viene a significar pequeño Almadén. Las labores llegaron a alcanzar los 234 metros de profundidad. La disminución de la riqueza del mineral en profundidad obligó a cerrar esta mina en 1800.
A unos 800 metros al oeste de Almadenejos se descubrió posteriormente otra mina, llamada Concepción Nueva, que fue explotada entre 1795 y 1861. Las labores mineras llegaron a alcanzar en este caso los 146 metros por debajo de la superficie. A unos 4 kilómetros al sureste de Almadenejos se halla otro yacimiento, conocido como la mineta de Valdeazogues y El Entredicho, justamente donde la antigua carretera comarcal Almadén-Ciudad Real cruzaba por segunda vez el río Valdeazogues. Parte de este yacimiento fue explotado en el siglo XVIII a través de dos minas: la mina de Valdeazogues, actualmente desaparecida, y la mina de El Entredicho, de la que quedan algunos restos. En 1975 se hizo en este yacimiento una gran explotación a cielo abierto, la cual fue clausurada veinte años después por agotamiento del mineral.
El azogue es un metal líquido que por sus peculiaridades físicas (fluidez y alta densidad) hace difícil su manipulación y transporte. Por ello se envasaba en grandes bolsas de cuero de buena calidad llamadas baldeses, cuyo uso se generalizó durante la Edad Moderna. Agustín de Betancourt en sus Memorias de las Reales Minas del Almadén, publicadas en 1783, nos ha proporcionado una minuciosa descripción de cómo se efectuaba el empacado del azogue.
El mercurio se introducía en el interior de un baldés y, una vez hecho el moño o nudo, se metía en un segundo baldés que, a su vez, era introducido en un tercer baldés. Los tres envoltorios aseguraban la mayor estanqueidad posible del recipiente. El conjunto de los tres baldeses se recubría con una espuerta de esparto bien cerrada. Tras esta preparación, los envases se encontraban listos para colocarse en las carretas, las cuales previamente se habían acondicionado cubriendo su caja con ramaje menudo sobre el que se echaba un serón, con el fin de amortiguar las vibraciones de aquellas. Sobre los serones se disponían diez baldeses y el conjunto se cubría con otro serón para proteger la mercancía de la lluvia y de la humedad.
La capacidad de los baldeses variaba según el sistema de transporte empleado. Cuando el azogue se conducía en carros, cada baldés contenía unos tres litros y medio de azogue, que equivalen a cuatro arrobas o un quintal o, lo que es lo mismo, 100 libras o 46 kilogramos, cantidad adecuada para ser manejada por un hombre robusto. Si el transporte de mercurio se realizaba a lomo de mulas, los baldeses tenían un peso de dos arrobas o medio quintal. La carga total de cada carreta era de 460 kilogramos de azogue, mientras que la carga de una mula era de 46.
Los primeros envíos de azogue a Sevilla se iniciaban a mediados de abril, cuando los caminos dejaban de estar embarrados. Los bueyes invernaban entre noviembre y abril en la Dehesa de Alcudia, mientras se reparaban y preparaban los carros. Grandes extensiones de montes cercanos a Almadén estaban reservadas para uso privativo del establecimiento minero. En 1739, la jurisdicción de las minas abarcó a los montes situados en un radio de 10 leguas y en 1754 se extendió hasta 14, es decir, 77 kilómetros.
El transporte se organizaba en cuadrillas escalonadas de carros, para de ese modo asegurarse el forraje suficiente para los animales. A medida que la producción de mercurio de Almadén se incrementaba, más carretas de bueyes debían estar listas antes del comienzo de la primavera para transportarlo a Sevilla. En la segunda mitad del XVIII, varios centenares de carretas, e incluso más de un millar, fueron necesarias para los miles de quintales de azogue que esperaban empacados en el almacén de Almadén. Los carreteros contratados por el establecimiento minero procedían de lugares tan distantes de Almadén como Almodóvar del Pinar (Cuenca) o Constantina (Sevilla).
El transporte de mercurio en carretas resultaba más económico que el transporte a lomo de mulas, a pesar de los largos rodeos que daba. Las carretas de bueyes empleaban un mes y medio en llegar a Sevilla, mientras que las mulas tardaban alrededor de una semana. La supervivencia del transporte en recuas de mulas se explica porque en los meses de verano resultaba imposible encontrar pastos adecuados para los centenares de bueyes que tiraban de las carretas cargadas de azogue. Además, muchos de estos animales enfermaban y perecían a causa de los fuertes calores del estío. Así, pues, durante los meses de verano se suspendía el transporte en carros y se realizaba a lomo de mulas.
La creciente demanda de azogue hizo necesarias obras de adecuación de la ruta del azogue a lo largo de diversos tramos entre Almadén y Sevilla, siendo especialmente destacables por su buen estado de conservación los puentes construidos en el último cuarto del siglo XVIII en las cercanías de Almadén para facilitar el tránsito en los tramos iniciales de la ruta del azogue.
Una vez llegadas las cargas de azogue a las Reales Atarazanas de Sevilla, unos empleados llamados desatadores vaciaban en tinas el contenido de los baldeses envasados en Almadén, comprobando el peso del mercurio para detectar posibles pérdidas o hurtos de azogue. Estos baldeses vacíos hacían el tornaviaje a Almadén para ser reutilizados. En ocasiones, las pérdidas de azogue estaban producidas por accidentes ocurridos durante el viaje o por el mal estado de los baldeses, pero en otras, las mermas de mercurio no eran sino hurtos disimulados.
En Sevilla se empacaba de nuevo el azogue en tres capas concéntricas de baldeses, pero con la diferencia de que su capacidad era sólo de dos arrobas o medio quintal de azogue. Cada uno de estos baldeses se introducía dentro de un pequeño barril de madera cerrado. Tres de estos barriles se colocaban en un cajón de madera que se precintaba con cueros y tachuelas. El contenido de cada cajón era de quintal y medio de azogue. Acondicionado ya para el largo viaje trasatlántico, el azogue estaba listo para ser embarcado en los buques que cruzaban el Atlántico.
A finales del siglo XVIII todo este largo proceso se simplificó al comenzar a fabricarse los primeros frascos de hierro fundido, los cuales sustituyeron progresivamente a los baldeses a partir de 1793. De este modo, poco a poco dejaron de usarse los baldeses hasta desaparecer por completo bien entrado el XIX. El frasco se convirtió posteriormente en la medida mundial de comercialización del mercurio, cuyo contenido corresponde a 34,5 kilogramos de este metal, o sea, tres arrobas castellanas.Cuando las colonias americanas declararon su independencia, continuó enviándose mercurio a Sevilla, si bien a partir de 1835 su comercialización estuvo en manos de los Rothschild, quienes lo enviaban por barco a Londres y desde allí a todo el mundo.
El transporte de mercurio a Sevilla en carretas de bueyes y a lomo de acémilas finalizó en 1866 con la construcción del ferrocarril Madrid-Badajoz, cuya línea dispone de una estación en Almadenejos, a unos 10 kilómetros al este de Almadén.
Desde mediados del siglo XVI y tras la generalización de los nuevos procedimientos de obtención de plata mediante el procedimiento de amalgamación, el destino final de la práctica totalidad del azogue producido en Almadén eran las Reales Minas de la Nueva España y del Perú. En síntesis podríamos decir que mientras más mercurio se mandaba al Nuevo Mundo más plata llegaba de vuelta a la Metrópoli.
El largo viaje del azogue se iniciaba con un primer tramo terrestre entre Almadén y las Reales Atarazanas de la Casa de Contratación en Sevilla. En la capital hispalense, el azogue se embarcaba en naves de poco calado que bajaban por el río Guadalquivir hasta su desembocadura. Allí esperaban los galeones de la Carrera de Indias u otros buques en época posterior para cruzar el Atlántico con tan preciada carga.
Ya en la segunda mitad del siglo XVI quedan establecidas y organizadas las rutas carreteras y arrieras del azogue del camino entre Almadén y Sevilla, que se mantendrían hasta la llegada del ferrocarril en la segunda mitad del siglo XIX y cuya recuperación y divulgación son el objeto de la asociación ARDCA y de esta página Web. En el apartado de Caminos describimos y detallamos exhaustivamente todas estas rutas.
La vital importancia que tenía para la Corona la explotación de las minas americanas hizo que esta protegiera de forma especial estos caminos confiriéndoles el rango de Caminos Reales y que se dictaran disposiciones y leyes para allanar la dificultad del viaje. Los bueyes y mulas que transportaban azogue podían pastar libremente en las dehesas de los municipios que atravesaban, los carreteros estaban autorizados a cortar la madera necesaria para reparar las carretas y estaban exentos del pago de peajes, portazgos y barcajes, y en caso necesario podían embargar los materiales precisos para los empaques del mercurio.
El azogue, cuyo destino principal eran los centros mineros de Nueva España (actual estado de México), desembarcaba en Veracruz, donde emprendía un largo camino terrestre hasta la capital del virreinato (México), y desde allí era distribuido a las distintas minas de plata por el Camino Real de Tierra Adentro, que llegaba hasta Santa Fe. Este camino fue declarado por la Unesco en 2010 Patrimonio Mundial.
El mercurio que se consumía en el virreinato de Perú, principalmente en la gran mina de Potosí, procedía casi todo de la mina de azogue de Huancavelica, descubierta en 1563. Como en el siglo XVIII la producción de esta mina era insuficiente para satisfacer la demanda de azogue de las minas de plata diseminadas por el territorio peruano, tuvo que importarse azogue de Almadén. La ruta que seguía este azogue era la siguiente: desde Sevilla, haciendo escala en La Habana (Cuba), el mercurio se desembarcaba en Portobelo, atravesaba el istmo de Panamá y, ya en el Pacífico, era embarcado de nuevo hasta el puerto de Arica, desde donde seguía su viaje por vía terrestre hasta los centros mineros productores de plata.
No obstante, a finales del XVIII también se utilizó otra ruta terrestre que empezaba en el Río de la Plata y llegaba a las minas de plata de los Andes a través de un camino que pasaba por Rosario, Santa Fe, Santiago del Estero, Tucumán, Salta y Jujuy.